"Black Widow" (La Viuda Negra)
Hace un par de días tuve que escribirle a mi amigo italiano Gianluca para que por favor me recordara donde es que estaba la “Black Widow” aquella. Sabía que no había sido muy lejos de Pensacola-Florida. Aquella vez llegamos en apenas poco más de una hora manejando, ¿pero fue saliendo hacia el este, o en dirección contraria, hacia Alabama y Mississippi? No lograba recordarlo. Gianluca, por suerte, sí: hacia Alabama. Hasta me envió un link al lugar exacto. Le respondí que si tenía excelente memoria o es que tenía una base de datos en su PC con todos los lugares por donde había pasado. (Yo no tengo ninguna de las dos cosas, por cierto). En todo caso, he aquí el link: Waterville USA - Water and Amusement Park. Allí estaba y sigue estando la maldita Black Widow.
El nombre Black Widow evoca el personaje de Scarlett Johansson en la última película de Iron Man: la pelirroja ninja y sin mella que se aleja del combate caminando con la tranquilidad y serenidad de una pantera adormecida, pese a haber repartido justo antes la paliza mayor, dejando tullido a todo un ejército.
Gianluca y su esposa me dijeron que planeaban ir a ese water park con Rodrigo y Angela; que estaba a poco más de una hora manejando, que si yo quería anotarme y acompañarlos. “Má! Que dicce! Claro que sí my friend!”, les dije. Viviendo en Pensacola y muy cerca de sus larguísimas playas blancas, un poco de agua con cloro pero ni sal ni arena era un cambio interesante. Y a todas éstas, yo todavía no había estado en ningún water park en los U.S.A.
Nos fuimos pues aquel fin de semana, y ahora viendo esa página es que recuerdo: salimos de Pensacola-Florida en dirección a Foley-Alabama, y de allí seguímos hacia el sur, hacia las aguas del Golfo de México. Por allí quedaba el Waterville USA. Todo un parque de diversiones acuáticas para todas las edades.
Recuerdo que allí nos metimos en unas tripas de caucho infladas para bajar por una especie de “río” clorado, con pequeños rápidos y con cascadas que nos caían encima. También me lancé por un “Jet-stream” que lo aceleraba a uno como si uno fuera un bob-slide en olimpiadas de invierno, y por un tobogán gigante que se llamaba “Kamikaze”, de unos 20 metros de alto, cuyo comienzo era una caída casi vertical. Fue todo un reto decidir caer voluntariamente por aquel precipicio, pero terminé lanzándome. En fin, para todas las edades, allí había como entretenerse.
En medio de aquellas diversiones pusimos la vista en una cierta gran torre, de cuya parte más alta surgían dos inmensas tuberías gigantes. Éstas se retorcían en el aire como inmensos gusanos, y desembocaban en unas piscinas debajo. Desde varios lugares cercanos del parque habíamos escuchado gritos de gente aterrada y/o quizá divirtiéndose muchísimo; ahora descubríamos que estos gritos provenían de allí.
La torre, sin embargo, estaba atiborrada de gente haciendo cola. No resultaba muy atractivo tener que hacer tanta cola bajo aquel sol inclemente del verano de Alabama, sobre todo con tantas otras opciones refrescantes disponibles en el parque. Pero tanta gente y tantos gritos resultaban intrigantes.
Preguntamos y nos dijeron que la gran tubería azul era una de las más largas de todo el Golfo de los USA, y la gran tubería negra era una especie de versión especial y mejorada de la Azul. A la azul le llamaban la “Hurricane”, y a la negra la “Black Widow”, o en español, la Viuda Negra.
También nos dijeron que la cola larguísima era precisamente la de la Viuda Negra. La Hurricane tenía una cola cortica allá arriba en la cima de la torre; apenas unos pocos minutos en esa cola y ya te lanzabas. Varios de nosotros subimos de inmediato y nos alistamos en la Hurricane. Al acercarme pude notar que los encargados del parque se tomaban muy en serio su trabajo. En particular, los de la Black Widow se ponía a explicar varias cosas, y hacían muchos preparativos y gesticulaban mucho con las manos. La gente entraba y en milisegundos se escuchaban los gritos aquellos. Y los gritos que se adentraban en la Black Widow parecían destacarse bastante sobre los de la Hurricane.
En fin, ya estaba yo en mi turno para lanzarme por la Hurricane, y por fin me lanzo. ¡Yeeeeeeeeeeehhaaaaaaaaaaaaaaaaaa!.... ¡Aquello en verdad era fantástico! ¡Qué bajada tan fenomenal! Además, ¡era larguísima! La Hurricane era toda una montaña rusa acuática, mucho más larga que el jet-stream, batuqueaba con mucha mayor fuerza en las curvas, y tenía muchísimas curvas. Nos quedamos picados y decidimos que, si la Hurricane era tan buena y veloz, no podíamos irnos sin probar al menos una vez aquella tan cotizada “Black Widow”.
Entramos entonces en la cola de la Black Widow, que comenzaba a unos 15 metros de la base de la alta torre. Así de larga era la cola, que subía dando vueltas y vueltas por todos los escalones de la torre, hasta la plataforma en la cima. Fuimos avanzando muy lentamente, primero llegamos a la base, luego al primer descanso de las escaleras, luego al segundo, luego al tercero, etc. etc. La única novedad en aquella larga cola era la gente que subía corriendo para entrar directo arriba en la cola de la Hurricane. Todo el tiempo se escuchaban aquellos gritos lejanos y apagados dentro de los tubos, y siempre era un tanto difícil distinguir si eran de diversión o de horror.
Nos tomó una media hora llegar a la plataforma en el tope. Cuando me toca el turno, el encargado me pregunta si primera vez; le respondo que sí, y comienza su retahíla muy seria de instrucciones: me indica cómo debo acostarme, cómo debo tratar de mantener los brazos, que no entre en pánico, que todo va a estar bien, y bla bla bla... El mismo discursito que le decía a los niñitos más pequeños. “Pero si yo soy un adulto vale...”, pensé, pero muy educado me hice el que escuchaba todo y a todo le respondía ok, ok, ok. A su espalda estaba aquel gran círculo negro, la boca de la Black Widow. En cuestión de segundos cruzaría aquel misterioso umbral. Detrás de la voz del encargado se seguían apagando los gritos desaforados de los últimos osados, cada vez a más profundidad. Por fin iba a conocer el porqué de tanta gritadera infantil.
Y me lanzo...
A mí me fascinan las montañas rusas. He tenido la suerte de montarme, y múltiples veces, en algunas de las montañas rusas más destacadas de Orlando-Florida, entre ellas: "The Incredible Hulk", y la “Dragon Challenge” de Islands of Adventure. La Hulk es la de los rieles verdes y estructura ultramoderna, que te dispara a toda velocidad y hacia arriba en la salida. La Dragon Challenge son dos montañas rusas en una, dos trenes que van por rutas distintas y en cierto punto se encuentran y parece que van a chocar frente a frente a toda velocidad. Pero con todo y estas experiencias previas puedo asegurar algo: en este lugar de Alabama llamado Waterville USA, que dizque es un Parque de Diversiones Acuáticas, y de cuya ubicación yo no podía acordarme, hay una maldita tubería negra gigante que llaman la “Black Widow”, o en español, la Viuda Negra, una tubería de las de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco, y galgo corredor... llegarán a escuchar quijotadas por el estilo, pero no se dejen engañar. Esa no es ninguna tubería negra simplemente más avanzada que la Hurricane. No. La Black Widow es en verdad un disimulado portal a una parcela del Infierno.
Apenas se entra en la boca de la Black Widow comienza a extinguirse la luz a toda velocidad. Cuestión de fracciones de segundo. Se dobla el primer codo del tubo, y de aquel mundo de donde uno proviene, donde los ojos se achicaban de tanto resplandor, ya no queda absolutamente nada. Nada de nada. En ninguna dirección. Todo es del negro más absoluto. La negrura es tan perfecta y se asienta con tal solidez que de inmediato acapara toda la atención, se vuelve preocupante a pesar de uno. Intento abrir los ojos a más no poder, como para respirar falto de aire, pero aquella oscuridad asfixia y aplasta sin remedio. Todo en cuestión de fracciones de segundo.
En medio de esta desolación hace acto de presencia otro descubrimiento perturbador: la sensación de deslizamiento ha desaparecido de manera inexplicable. Uno no está bajando ni deslizándose, sino flotando suavemente como en un limbo negro, prisionero entre las paredes de un barril mojado y sellado por completo, que flota en la nada. Cual cucaracha desprevenida que se condena a sí misma a ahogarse en penumbra eterna por haberse metido en una lata de refresco en una fábrica, justo antes de que sellaran la lata.
Si ese escenario suena algo desesperanzado, la cosa empeora de manera considerable. La lata sellada con cucaracha atrapada adentro está como flotando en el centro de un campo negro de fútbol del infierno, rodeada en todas direcciones por una jauría de demonios gigantes que tienen caras de murciélago. Yo estimo que deben ser unos cincuenta demonios en total. Como buenos murciélagos, son inmunes a la oscuridad absoluta, y saben que la lata está allí. Más aún, saben que la cucaracha (uno) está dentro de la lata, porque la pueden oler. Resulta que las cucarachas son el manjar favorito de estos demonios. El objetivo del juego en ese campo parece ser patear esa lata, magullarla, retorcerla salvajemente y maltratarla tanto como sea posible hasta romperla. El demonio cuya patada logre por fin romper y abrir la lata se come la cucaracha.
Suena un pito inaudible, que sólo escuchan los murciélagos del infierno, y en aquel espacio negro y sin dimensiones el cuerpo dentro de aquella lata de pronto choca desde los pies pasando por la rodilla izquierda, el muslo izquierdo, la cadera, costillas, hombro, hasta cuello, oreja y cráneo, en fin, toda la anatomía posible del lado izquierdo de uno choca de súbito contra lo que debe ser una patada gigante de uno de estos cincuenta malditos demonios; sale entonces la lata despedida de manera explosiva hacia alguna dirección de aquella negrura inexorable, pero no sabemos hacia dónde, ni dónde está el próximo engendro de jugador, ni por dónde llegara la próxima patada, y estamos de pronto dando vueltas de manera momentáneamente plácida en aquel vacío sin gravedad, dentro de aquel aparente barril sellado, desorientación completa y sin embargo plácida, a merced de las tinieblas, y entendemos que otro murciélago acaba de recibir la lata con un soberano rodillazo; las paredes de la lata vienen a dar entonces justo contra nuestra frente, nariz, boca, mentón, esternón, abdomen, brazo derecho mal doblado sobre el abdomen, cadera y parte de los muslos, y en esta ocasión parece que se salvan nuestros tobillos y pies, pero ahora otro demonio de turno está estrujando la lata, y parece lograr sujetar nuestros tobillos y querer aplastarlos de manera inverosímil contra nuestras mismas orejas, para qué no lo sabemos, pero cambia de idea antes de que nos demos cuenta, y nos asesta una brutal patada justo en los riñones, para hacerle un pase a otro de sus gigantes y horrendos compañeritos de juego. La lata no cede fácilmente, y los demonios entonces se amañan desquiciados; cada uno parece tomar su turno y administrar su técnica rompelatas más eficaz; todos quieren comerse ese insecto imbécil que se condena al infierno solito metiéndose en una atracción de un parque de diversiones.
En medio de las contusiones se escuchaban gritos despavoridos a lo lejos. Como que los demonios jugaban con varias latas a la vez. Después de que los cincuenta demonios habían tenido suficientes chances de destrozar la lata y de hacerme papilla, aparece entonces una pequeña luz en medio de la violencia, en medio de la negrura... Distingo debajo de mis pies algo luminoso, y esto sin duda significa que la lata se está rompiendo, y que ya en muy poco tiempo voy a terminar triturado entre las fauces del murciélago ganador. Sabiendo que se le agota el tiempo, uno de ellos descarga toda su furia asestando una patada de fuerza descomunal, aplasta entonces la lata contra la totalidad de mi espalda, y salgo disparado hacia lo que descubro es ahora un pequeño círculo de luz que se va agrandando, y gracias a esa luz veo que la lata de mi encierro parece ahora elongada, se ha convertido en un gran tubo gigante y negro por el que me deslizo a gran velocidad, hacia ese círculo de luz que ya es una insufrible explosión de luz azul, y tengo que cerrar los ojos, y entiendo entonces que no han roto la lata, que estoy en verdad cruzando un umbral por donde se sale del infierno, a través de una gran tubería negra, cayendo en una gran piscina en algún lugar de Alabama, y llena de cloro y agüita aguamarina, clara como el agua de todas las piscinas que están de este lado del inframundo.
El chapuzón inundó lo que entonces entendí era mi propia garganta emitiendo un alarido aterrado y horripilante. Maniobré aturdido hasta lograr sacar la cabeza del agua y ponerme de pie. Casi no podía creer que hubiese regresado la gravedad, que estuviera de pie sobre algo firme, que existieran la luz y las cosas visibles, y que al parecer estuviera ya fuera del alcance de aquellos monstruos.
Miré a mi alrededor deslumbrado. Revisé mis brazos y piernas, mis hombros, mis codos y rodillas, todo el cuerpo. Parecía increíble, pero no estaba lastimado. Volteé para ver aquello, y allí estaba la Black Widow, como una serpiente de medusa gigante, por fuera más bien grisácea que negra, un exterior que ni remotamente sugería la maligna oscuridad de su interior. Y por completo inmóvil, pese a toda la violencia que escondía, serena como toda viuda negra, como Scarlett Johansson después de repartir paliza. ¿Cómo sobreviví aquella violencia? ¿Y cómo aquella ausencia de gravedad?... En esto sacudo los brazos, por fin libres, y me percato de que estoy resoplando de adrenalina, se podría decir que hirviendo en violencia y casi rabia, como listo para atacar con pleno furor cualquier amenaza. Pero el azul aguamarina me rodeaba ondeando muy tranquilo, y se escuchaban a lo lejos los mismos gritos de antes, apagados, entre divertidos y aterrorizados. Había gente por allí caminando, niños chapoteando en piscinas distantes, viejitos en pareja... El mundo circundante estaba en calma, el sol brillaba. Era tan inútil resoplar de adrenalina allí, y sin embargo era tan agradable y energizante. Mis ojos dieron de pronto con la salida de la Black Widow, y me estremecí al ver otra vez aquella negrura perfecta. Malditos ingenieros de la oscuridad.
Escuché entonces un grito que se aproximaba a toda velocidad, y salió disparado de la Black Widow otra cucaracha infeliz. Este era un hombre gordo y pecoso de Alabama, quizá de unos 30 años. Luego de hacer su splash y maniobrar y ponerse de pie con torpeza, tal como había hecho yo hacía unos instantes, descargó toda la efusividad de su acento sureño diciendo: “Hoooooooly Shit! Mother Fucker Black Widow, man!... Hooooooolllly Shit!...” Caminó bamboleándose por la piscina repitiendo esas exclamaciones un par de veces, y con más dificultad que gracia logró salir del agua sin utilizar la escalera. Una vez en tierra firme inició un trote algo atolondrado pero curiosamente decidido. Aún viéndolo alejarse me encontré haciendo exactamente lo mismo, corriendo también medio atolondrado pero decidido detrás de aquella otra cucaracha, otra vez hacia la torre de la Black Widow.
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